ALICIA MASTANDREA
 
 
 
Discurso pronunciado por la Senadora Alicia Mastandrea en el
 DÍA DE LA MUJER - 8 DE MARZO DE 2007
 
Sin dudas, hacer una reflexión sobre la mujer y la producción nos introduce en una de los mayores cambios del Siglo XX. La revolución industrial y tecnológica, con el crecimiento de la producción fabril y los servicios, significó el comienzo de la creación masiva de empleo fuera del campo.
 
A principios del 1800, el 90% del empleo en Estados Unidos, Europa y el resto del mundo, era rural. Cien años después, en 1900, el  50% del empleo en los países más industrializados, aún era rural. Pero en estos momentos, menos del 10% del empleo es rural en los países y regiones más desarrolladas. Esta tendencia mundial vino acompañada por la urbanización, y tuvo una fuerte incidencia en el cambio del rol de la mujer y su posibilidad de inserción en el mercado laboral.
 
En Argentina, actualmente más de la mitad de las mujeres trabajan en forma rentada.  Y hago esta aclaración, para recordar que la mujer ha trabajado siempre. La diferencia que comenzó en el siglo pasado, es que lo hace en forma rentada, en vez de en la casa.  Mientras hace 100 años, la presencia femenina en el mercado laboral era ínfima, hoy ocupa cerca del 40%
 
Las posibilidades laborales ampliaron el incentivo a la educación, y poco a poco, también el acceso a los derechos civiles. Al principio del siglo pasado la presencia femenina en la  universidad era prácticamente inexistente. En estos momentos, en Argentina, hay más mujeres en la escuela secundaria y en la universidad, que hombres.
 
La expansión de los derechos civiles de la mujer, su educación y su rol en el trabajo, han contribuido enormemente para expandir la economía, pero además, ha mejorado la sociedad no solo por su contribución dentro de la familia, sino a través de su participación política. Son voces femeninas las que se levantan en el campo y la ciudad en defensa de la tierra y sus hijos. La inclusión activa y participativa de la mujer en programas de salud, de vivienda y al frente de pequeños y medianos emprendimientos productivos, ha demostrado ser más efectiva para revertir  situaciones de pobreza.
 
Pero sin dudas, y especialmente en esta área, queda mucho por hacer. Aún estamos transitando esta revolución de incorporar a la mujer en el ámbito económico y político.
 
El informe presentado en Davos en 2006 sobre la brecha de género en el mundo, muestra claramente la situación de avance de la mujer en temas como el acceso a la educación, la salud, la participación en la economía y en la representación política. Argentina muestra condiciones de equidad con respecto al acceso a la educación y a la salud. Es más, según el informe, hay más mujeres que hombres con títulos terciarios en nuestro país. Estos factores nos ubican entre los mejores posicionados en el mundo en cuanto a equidad de género. Pero lamentablemente, cuando se incorporan datos de brecha de ingreso entre la mujer y el hombre, sobre acceso a cargos jerárquicos y bien remunerados, tanto en el sector privado como en cargos ejecutivos del sector público, estamos muy por debajo del promedio de los 115 países de la muestra.
 
Según un estudio reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en la Argentina la brecha salarial entre hombres y mujeres alcanza el 39% y es la mayor diferencia de ingresos entre géneros que se registra en la región latinoamericana.
 
Muy cerca de la Argentina aparece México, con una brecha del 37%,  en Brasil,  los hombres llegan a ganar un 34% más que las mujeres. El informe consigna también que en la última década han sido prácticamente nulos los avances por reducir la brecha salarial entre hombres y mujeres.
 
Solo en la parte legislativa, y porque tenemos una ley que lo obliga, las mujeres llegamos a una representación política superior al promedio de los otros países.
 
Analizando los porcentajes de participación en el Gobierno, podemos detectar claramente que la falta de acceso de la mujer a cargos políticos ejecutivos es una realidad en el mundo entero.
 
Felizmente somos contemporáneas de mujeres que empiezan a romper con ese techo de cristal. Michel Bachelette en la república hermana de Chile, la candidata a la presidencia por el Partido Socialista francés Segolene Royal, la precandidata a la presidencia de los EE.UU. Hillary Clinton, y la actual presidenta de la Cámara de Representantes de los EE.UU, Nancy Peloso, son algunos de los ejemplos que nos alientan en la lucha por la equidad de oportunidades para las mujeres.
 
Sin embargo, aún debemos avanzar mucho en cultura y en leyes que valoren la capacidad y la idoneidad independientemente del género de la persona.  En Argentina, a pesar que la mujer muestra mayor nivel de educación que los hombres, el acceso a cargos gerenciales y ejecutivos, sigue siendo mínimo.
 
Para revertir esta situación no se trata de negar las diferencias, nadie razonablemente puede sostener que hombres y mujeres somos iguales. Y bienvenidas sean esas diferencias.
 
De lo que se trata es de revertir las dificultades de las mujeres a la hora de acceder a cargos de mayor jerarquía, de equiparar las remuneraciones por igual trabajo, de igualar las posibilidades de formación y capacitación, de erradicar los obstáculos para volver al trabajo después que se ha tenido un hijo. De que la vuelta al hogar no sea para los hombres el “reposo del guerrero” mientras que para las mujeres el inicio de la segunda jornada de trabajo impago.
 
Se trata, en definitiva, de eliminar hábitos y culturas de discriminación y violencia contra las mujeres en cuya génesis ninguna religión ni doctrina puede declararse inocente.
 
Se trata de que hombres y mujeres asuman que la lucha por la igualdad de oportunidades es una lucha de todos que hará un mundo mejor.
 
En este sentido y más allá del imperativo de equidad, lograr una participación mayor de las mujeres en la toma de decisiones se traducirá en más desarrollo económico, pero principalmente, en mayor desarrollo social.
 
Se ha observado que las mujeres tienen una tendencia natural a mirar el largo plazo y a cuidar por el futuro de sus hijos. Buscan más el consenso para el ejercicio de la autoridad que la imposición. Solo estas dos características hacen que el aporte femenino sea necesario en un mundo en donde el riesgo tanto por los conflictos armados como por asegurar la sustentabilidad de los recursos y el ambiente marca la agenda global y nuestras propias perspectivas.
 
Para que nuestro país alcance ese desarrollo económico, pero con sostenibilidad ambiental, social y productiva el tema de género es un imperativo de equidad.
 
 
 
 
La Mujer y la Producción
8 de Marzo, 2007